Se debe renunciar a todos los prejuicios, ya sean de religión, de raza, de política o de nacionalidad, pues estos prejuicios han causado la enfermedad del mundo. Se trata de una grave dolencia, que, a menos que sea detenida, es capaz de provocar la destrucción de la totalidad de la raza humana. Todas las guerras ruinosas, con su terrible derramamiento de sangre y sus miserias, han sido causadas por uno u otro de estos prejuicios.

     Las lamentables guerras que se suceden en estos días, han sido originadas por el odio religioso fanático de un pueblo hacia otro, o por los prejuicios de raza o de color.

     Hasta que todas estas barreras erigidas por los prejuicios no sean derribadas, no será posible que la humanidad alcance la paz. Por esta razón Bahá'u'lláh ha dicho: "Estos prejuicios son perjudiciales para la humanidad."

     En primer lugar, contemplamos el prejuicio de religión: considerad las naciones de los llamados pueblos religiosos; si fueran verdaderos adoradores de Dios obedecerían Su Ley, que les prohíbe matarse unos a otros.

     Si los sacerdotes de la religión adoraran realmente al Dios de amor y sirvieran a la Luz Divina, enseñarían a sus pueblos a guardar el principal Mandamiento: "Amar y ser caritativos con todos los seres humanos." Pero encontramos lo contrario, pues a menudo son los sacerdotes quienes incitan a las naciones a luchar. ¡El odio religioso es siempre el más cruel!

 

     Todas las religiones enseñan que deberíamos amarnos los unos a los otros, que deberíamos ver nuestros propios defectos antes de pretender condenar las faltas de los demás, que no debemos considerarnos superiores a nuestros semejantes. Debemos tener mucho cuidado de no enaltecernos, para no ser humillados.

     ¿Quiénes somos nosotros para juzgar? ¿Cómo podemos saber nosotros quién es, a la vista de Dios, el más honrado? ¡Los pensamientos de Dios no son como los nuestros! Cuántas personas, que parecían santas ante sus amigos, cayeron en la mayor humillación. Pensad en Judas Iscariote; comenzó bien, pero recordad su final. Y por otro lado, Pablo, el Apóstol, en su juventud fue un enemigo de Cristo, mientras que más tarde se convirtió en Su siervo más fiel. ¿Cómo, entonces, podemos enorgullecernos y menospreciar a los demás?

     Por tanto, seamos humildes, sin prejuicios, prefiriendo el bien de nuestro prójimo antes que el nuestro propio. Nunca digamos: "Yo soy un creyente, y él es un infiel"; "Yo estoy cerca de Dios, mientras que él es un descarriado." ¡Nunca podremos conocer cuál será el juicio final! Por tanto, ayudemos a todo aquel que necesite cualquier clase de ayuda.

     Enseñemos al ignorante, y cuidemos al niño hasta que alcance la madurez. Cuando encontremos una persona que ha caído en las profundidades de la miseria o del pecado, debemos ser bondadosos con ella; tomadla de la mano y ayudadla a recobrar su equilibrio, su fuerza; debemos guiarla con amor y ternura, tratarla como a un amigo, no como a un enemigo.

 


     No tenemos derecho a considerar a ninguno de nuestros semejantes como si fuera un malvado.

     Con respecto al prejuicio de raza: ¡es una ilusión, una pura y simple superstición! Pues Dios nos creó a todos de una sola raza. No existían diferencias al principio, pues todos somos descendientes de Adán. Además, en el principio tampoco hubo límites ni fronteras entre las diferentes regiones; ninguna parte de la tierra perteneció más a un pueblo que a otro. A los ojos de Dios no hay diferencia entre las distintas razas. ¿Por qué ha de inventar el ser humano tal prejuicio? ¿Cómo podemos sostener una guerra basada en una ilusión?

     Dios no creó al género humano para que se destruyera entre sí. Todas las razas, tribus, sectas y clases disfrutan por igual de las bondades de su Padre Celestial.

     La única diferencia real radica en los grados de fidelidad y de obediencia a las leyes de Dios. Hay algunos que son como antorchas encendidas, otros que brillan como estrellas en el cielo de la humanidad. Aquellos que aman al género humano son los seres humanos superiores, cualquiera que sea la nacionalidad, credo o color que tengan. Pues es a ellos a quienes Dios dirigirá estas benditas palabras: "Bien hecho, mis buenos y fieles siervos." En ese día Él no preguntará: "¿Eres inglés, o francés, o tal vez persa? ¿Vienes de Oriente, o de Occidente?"

     La única división real es ésta: Existen seres humanos celestiales y seres humanos terrenales; servidores de la humanidad que se sacrifican por el amor del Altísimo, trayendo armonía y unidad, enseñando la paz y la buena voluntad entre las gentes y, por otra parte, personas egoístas, que odian a sus semejantes, en cuyos corazones el prejuicio ha reemplazado a la amorosa bondad, y cuya influencia crea discordia y contienda.

 


     ¿A qué raza o a qué color pertenecen estas dos divisiones de seres humanos, a la blanca, a la amarilla, a la negra, al Este, al Oeste, al Norte o al Sur? Si éstas son divisiones que Dios ha hecho, ¿por qué inventar otras? El prejuicio político es una de las grandes causas de amarga contienda entre las criaturas de la raza humana. Hay personas que encuentran placer engendrando la discordia, y que están constantemente empeñadas en incitar a sus países para combatir contra otras naciones, y ello, ¿por qué? Piensan que obtendrán ventajas para su propio país, en detrimento de los demás. Envían ejércitos para arrasar y destruir la tierra, para hacerse famosos ante el mundo, por el placer de conquistar. Para que se diga: "Tal país ha derrotado a tal otro, y lo ha colocado bajo el yugo de su autoridad más poderosa y superior." Esta victoria, obtenida a cambio de gran derramamiento de sangre, no perdura. El conquistador algún día será conquistado, y los vencidos serán vencedores. Recordad la historia del pasado: ¿No conquistó Francia a Alemania más de una vez?, y luego, ¿no fue Alemania la que sojuzgó a Francia?

      También sabemos que Francia conquistó a Inglaterra, y que luego la nación inglesa resultó victoriosa sobre Francia.

     ¡Estas gloriosas conquistas son tan efímeras! ¿Por qué darles tanta importancia a ellas y a su fama, como para estar dispuestos a derramar la sangre de los pueblos para alcanzarlas? Cualquier victoria ¿es acaso merecedora de la inevitable sucesión de males que sobrevienen como consecuencia de la matanza humana, la pena, el dolor y la ruina que abruman a tantos hogares de ambas naciones?  Puesto que no es posible que sufra un solo país.

 


     ¡Oh! ¿Por qué el ser humano, el hijo desobediente de Dios, que debería ser un ejemplo del poder de la ley espiritual, desvía su rostro de la Divina Enseñanza y pone todos sus esfuerzos en la destrucción y la guerra?

     Es mi esperanza que durante este siglo iluminado la Divina Luz del amor difunda su resplandor sobre el mundo entero, buscando la inteligencia sensible del corazón de cada ser humano; que la luz del Sol de la Verdad guíe a los políticos, para que se despojen de todas las cadenas del prejuicio y de la superstición, y que con sus mentes libres sigan la Política de Dios; pues la Política Divina es poderosa, y la política humana es débil. Dios ha creado a todo el mundo, y derrama Su Divina Munificencia sobre todas las criaturas.

     ¿No somos nosotros los siervos de Dios? ¿Dejaremos de seguir el ejemplo de nuestro Maestro e ignoraremos Sus Mandamientos?

     Ruego que el Reino venga a la tierra y que todas las sombras se disipen con la refulgencia del Sol Celestial.

Tomado de La Sabiduría de 'Abdu'l-Bahá formato pdf